Gracias por:
- Dejarme atravesar todo Capital en 30 minutos.
- Hacer que los viejos me apoyen porque “hay mucha gente”.
- Cerrar la puerta con mi mochila de lado de afuera. Una vez, fue la pollera.
- Hacer que gaste medio sueldo en los vendedores ambulantes.
- Los músicos que me relajan a la vuelta del trabajo.
- Los músicos que NO me relajan a la vuelta del trabajo.
- Las viejas desesperadas por ocupar un asiento.
- Verme convertida en una vieja desesperada por ocupar un asiento.
- Las siestas mágicas renovadoras de quince minutos con boca abierta. Y baba.
- El altavoz cortado con anuncios claves. “La línea ???? anuncia que no andará desde las ??? hasta las ??????????!!!” KEEEEEEE DIJISTE.
- Enseñarme que una persona desesperada de verdad es la que quiere entrar antes que vos bajes, y no la que manda mensajitos a las 4 am de un sábado.
- La transpiración compartida en pleno enero.
- Los humanos que no saben que por la derecha te quedas quietito en la escalera mecánica, y por la izquierda se avanza. E interrumpen parando a todo el grupo con maletines apurado de atrás.
- El molinete que se me clava en las costillas.
- La malgarchada que carga la SUBE en la estación Facultad de Medicina.
- La escalera mecánica que no anda.
- Hacerme sentir en un rebaño de vacas cuando avanzamos todos juntos, desesperados por salir. Experiencia cercana con la naturaleza.
- Hacer que me enamore por unos minutos de cada chico que está leyendo algo que yo ya leí. Y por “enamorarme” léase “revolucionarme hormonalmente”.
- Los encuentros con gente conocida, que tenes que saludar y no tenes tanta confianza como para hablar todo el camino, pero tampoco para hacerte el boludo y sentarte lejos.
- El hermoso ser que no conoce el desodorante pero levanta el brazo igual.
Y sobre todo querido subte, gracias por soportarme a mí y
otros millones de animalitos todos los días, que tratamos de encontrar nuestro
lugar en este mar porteño.
Nuestro lugar en el vagón, y también en la vida.