A veces tengo la repentina sensación que
pasé muchos años de mi vida dormida. Profunda. En un sueño, ciego. Por suerte,
sé que estas por venir.
Y, un día sin previo aviso, se juntaron las
palabras y los escambrosos recuerdos y decidí que era momento de despertar -de
mirarte-y de perdonar. Paso a paso, mano
a mano, te supe aprovechar.
No me arrepiento de lo vivido pero no quiero
volverlo a hacer. No juego con lo que siento y ya no estoy tratando de olvidar. El
pasado pasa factura en cada palabra que decimos, en cada acto fallido, en cada
sensación. Quererte me hizo recordarme; encontrarme. El final terminó -en mi alma- siendo un
principio.
Y ahora, que estoy tan despierta, tan
atenta, con los cinco sentidos agudizados me decido a no esperar. A jugármela
por lo que tanto tiempo soñé y creí inalcanzable: admitir que la felicidad es
un puñado de minutos y que una vida entera se puede reducir a solo un par de
microsegundos. Que el reloj está en mi muñeca y solamente yo puedo cambiar los
números por alegrías.
Gracias.