miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los servicios del hogar

Por @cgrinstein //


Me quedodormida en el sillón mirando algún programa de chusmerío del mediodía. Se me entrecierran los ojos y se filtra la voz de un periodista diciendo la palabra “Cola” y “Fiesta”. La repite constantemente y yo no logro mantenerme atenta. Cuando le tiro una última ojeada al reloj y me decido a dormirme completamente, tocan el timbre, salto y empujo a mi perro del sillón. Voy al portero, chocándome una mesa y un par de juguetes en el camino y con voz de muerta en vida pregunto “..ién es?” ladrido de perro, ladrido de perro, "¡No escucho Teo!". “GASISTA” responde en voz alta, firme, y feliz. Me calzo las pantuflas y mientras bajo el ascensor me pregunto  por qué los servicios del hogar tienen la maldita manía de aparecer a horarios polémicamente incorrectos, si es que se dignan a aparecer, siendo ese mismo el peor ante mis ojos: mediodía, después del almuerzo, en mi día libre.  

Abro la puerta y un señor de aspecto de caricatura, bajito y con más lunares de los que pude contar sin mis lentes puestos, me sonríe y empieza a hablar sin parar. No tengo ni idea de qué. Habló los seis pisos hasta llegar a mi departamento y no se detuvo ni cuando entró. Esto tiene que ser alguna clase de karma que me manda Dios por haberle robado $20 a mi mamá cuando tenía 12 años para comprarme brillitos labiales. ¿Qué ser de luz tiene tantas ganas de hablar un martes al mediodía? Y, sobretodo: ¿Mi cara te genera simpatía y transmite ganas de interactuar en sociedad?. Le ofrezco algo para tomar, me pide un mate cocido con azúcar. Miro mi alacena con un ojo abierto y otro cerrado y le grito desde la cocina “Tengo solo café o té” en mi cabeza pienso "No tengo mate cocido porque no vivo en un geriátrico". No me escucha, está emitiendo un monólogo con mucho entusiasmo sobre los peligros del calefactor con gas tapado durante el verano: si alguien quiere contratarlo para una obra en Carlos Paz me parece un tema interesantísimo. Le hago un té, se lo llevo y lo toma como si fuera mate cocido con azùcar, ni enterado del intercambio de brebajes. Le explicó qué partes de la casa necesitan arreglo y les juro que no me presta atención y me interrumpe cada palabra que sale de mi boca, me desespero, respiro profundo y le digo “Bué, me voy a mi cuarto cualquier cosa grítame”. Error, error, error. 
Durante la siguiente hora y media me gritó “corazoncito” más veces de las que me llamó cualquier amor de mi vida, chongo o derivado. Que si esta llave se abre así corazón, que si el perro es macho o hembra corazoncito, que si te gusta la mortedela, que sí…. Corto por lo sano tras el sexto “corazón”, me acerco y le digo “Mi nombre es Cintia” y se ríe, dejando a la vista los tres dientes que le faltaban.  

Episodio 2: Pasó al baño, meó y no tiró la cadena. Indignada, me dirijo al inodoro y descubro que tampoco bajó la tapa y, para mí que jamás en mi vida conviví con un hombre, es como tirarme ácido en los ojos. Exagerada como yo sola, malcriada de mamá, bajo la tapa simulando una arcada y empiezo a sufrir cada minuto que tengo que pasar con este hombre en mi hogar. Queriendo auto darme razones para no odiarlo, me puse a pensar en cuando los inoperantes del orto del cable me dejaron plantada tres semanas seguidas, asegurándome que venían cada miércoles entre el rango de las 12 y 19 hs (como si mi única ocupación fuera esperarlos) y nunca, jamás, aparecieron. Si algún día podría salir impune de un crimen, me gustaría incendiar cada central de cables de Capital y a todos sus operadores telefónicos.  Respiro nuevamente. 
Cuando estoy entrando a mi cuarto escucho un sonido de que un objeto se rompió, y comienzo a rezar porque el Sr. Gas no haya tirado mi taza de Winnie Pooh porque le prendo fuego la cara, me juro. Si, era obvio, la rompió. Con ojos de risa me pide una escoba y se la doy de mala manera, sin hacer contacto visual directo con la taza que tenía desde los 13 años para no llorar delante de un desconocido y quedar como la más loser del planeta tierra.

Creo que por fin comprendió lo que transmitía mi cara porque durante la media hora que separó el término de su trabajo con su ida de mi departamento no me habló más. Feliz porque ya no tenía que ver más su expresión irritante y su voz seca consecuencia de los seis cigarrillos que se fumó durante su estadía, bajamos el ascensor y comienzo a regular mi respiración, aliviada y orgullosa de no haberlo matado. Realmente fue una hazaña personal, pienso, creo que le voy a poner en mi Curriculum. Le pago lo que le debo, me quedo con las ganas de descontarle la taza perdida cual jefa sin compasión, y lo veo irse. Pero, justo cuando creía que mi vida volvía al silencio clásico de las paredes que me rodean, veía el arcoíris nuevamente y rogaba nunca más tener un problema de gas, escucho como tocan el vidrio de la entrada al edificio, me acerco, me froto los ojos para ver si realmente este hombre estaba nuevamente frente a mí y me dice a los gritos, escupiendo, a través del vidrio: “Corazón, mañana paso cerca de las 9 am arreglar lo que me faltó en la cocina”. Y, bueno gente, les contaría como hoy lo dejé tocando timbre durante quince minutos en la puerta sin abrirle, pero esa ya es otra historia.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Las mujeres y su estrecha relación con el piropo, lo nombré.

Por @cgrinstein //


Si vivís en la ciudad de la furia y conoces su calor húmedo, desagradable y saturante, sobre todo después de un día de lluvia, vas a entenderme cuando te hablo de lo fea que me sentí en el día de la fecha.

Me levanté con una resaca post salida de feriado, abrí mi heladera y la tristeza era inminente. Con la fiaca a flor de piel, les juro que me costaba hasta respirar, me calcé unas alpargatas sucias, un short desgastado y la remera  que quedó olvidada en mi silla la noche anterior. Ni siquiera me atreví a mirarme al espejo: maquillaje corrido, pelo con olor a cigarrillo, ojeras de las duras, mi imaginación ya era suficiente. Básicamente incogible para cualquier ser de esta faz de la tierra, pensé mientras bajaba en el ascensor. Camino las cinco cuadras que separan a mi departamento del único super abierto en el día de nosequéverga en busca de agua fría de manera desesperada, compro y cuando llego a la esquina no soporto, abro la botella y entro a tomarla cual camionero tras 47 hs de viaje.

 De repente, sin previo aviso, surgen una serie de eventos muy rápidos para comprenderlos en ese momento por mi cabeza llena de Fernet. Me roza una bicicleta, me pasa la mano por la espalda un desconocido levantándome la remera, me atraganto, miro y un chabón con una gorra verde me grita “Abrime las piernas aunque sea feriado, mamita”. La puta madre, escupo todo, el pibe para la bici, temo por mi miserable vida, empiezo a caminar cruzando las piernas para que no piense lo contrario, me la pongo contra la baldosa embarrada y mi enamorado se entra a cagar de risa. No tengo dignidad ni para un chabón que tira semejante frase, así sin preservativo para oídos de por medio.

Cuando llegue a casa, dejando mi vergüenza tirada en Lavalle al 2000 y rezando que nadie haya presenciado semejante escena patética, me bañé, me acosté y aclaré mis ideas. Necesitaba olvidar esa escena haciendo una reflexión profunda al respecto: era lo único que me quedaba. “Las mujeres y su estrecha relación con el piropo” lo nombré mentalmente. La histeria en su máximo esplendor y, es bastante loco, porque es una de las pocas cosas que jamás hablamos en voz alta. Si nos sentimos lindas y no nos dicen nada, nos indignamos “hijo de puta, no sabes apreciar la belleza”. Si nos gritan un “linda” o un “diosa”, nos hacemos las Pampitas versión Policías en acción, y ponemos caras de “desubicado rajá de acá” pero nos sentimos un caño duro. Si ese día estamos ingarchables y nos dicen un piropo, nos desconcierta y atraganta la saliva, no sabemos a quién mirar, morimos de vergüenza y ponemos poker face. Pero mí preferido, el más inesperado de todos, es el guarango. Ese si JAMÁS lo podemos prevenir. El nivel de creatividad estos piropos solo se les puede ocurrir a los habitantes masculinos de la ciudad de Buenos Aires, desde “con ese culo te dejo cagar en casa” hasta “con esas tetas te doy hasta con bigotes”, la originalidad no tiene límites y parece aumentar cada día mas. ¿Mi favorito de este mes? Te baño en chocolate, te meto en el freezeer y te clavo mi palito. Si gente, me encontraba comiendo un palito bombón helado en la parada del 106. Creativos sin agencia publicitaria donde trabajar, los nombró mi amiga Pame, y nunca nada me pareció tan acertado.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Crónica de un fantasma anunciado

Por @cgrinstein //


¿Qué es lo que tiene esto del mundo paranormal, los fantasmas y lo desconocido que nos pega tanto? ¿Qué causa tanto miedo? ¿Lo que no conocemos, lo que no controlamos? La maldita incertidumbre.
Por mi parte, siempre fui escéptica y partidaria de lo científico. De lo que veo con mis propios ojos. De esas personas que jugaron mil veces al juego de la copa (con unas copas encima) y no tuvieron miedo. De tenerle más miedo a las personas en carne y hueso. Nunca nada sucedía que me pruebe que los fantasmas existían, y no me creo las leyendas urbanas. Si le paso al tío del primo de tu vecino, no es verdad ante mis ojos.
Prestemos atención al uso del pasado cuando hablo del hecho que “nunca nada sucedía”. Me mudé a la calle Uriburu entre Viamonte y Tucumán hace tres años y medio. Para los que no son habituales de estos lados, les cuento que si hay algo que caracteriza a mi cuadra son los edificios particulares con los que cuenta. Uno la AMIA, lugar donde 86 personas perdieron la vida en un atentado el 18 de Julio de 1994 y otro, nada más y nada menos, que la morgue Judicial. El primero se encuentra junto a mi departamento, separados simplemente por un kiosco. El segundo se ubica enfrente a mi ventana. Linda vista.
Los rumores paranormales que rodean al edificio son moneda diaria. Tras un año de asistir a tres reuniones de consorcio, comenzaba a creer un poco en la historia. El del quinto, obsesionado completamente con este tema, siempre lograba meter en algún recoveco de las conversaciones sobre cañerías y puertas rotas un “A mí me desapareció otro par de zapatos” o un par de “Mi colección de libros se cayó sola”. Pero no era solo él, sino que otras personas asentían como si fuera algo diario de sus vidas que los libros volaran de la repisa al sillón como arte de magia. Y siempre, siempre, alguien aportaba una historia nueva.
En la reunión de Junio del 2012 fue mi turno. Y, de verdad, pensé que jamás me pasaría. Si, reconozco que muchas veces me desaparecieron cosas inexplicablemente, o que mi única compañía, mi perro salchicha, le ladraba constantemente a espacios de aire por un largo periodo de tiempo, sin manera de calmarlo. Pero como ya dije, una persona que no cree en esto, no intenta encontrarle explicación. Y, lectores, les juro que la historia que voy a contar a continuación es 100% real.
Una noche, cerca de las 3 de la mañana, me encontraba profundamente dormida y me despertó Teo con un par de ladridos ahogados. Se levanta de un salto, me destapa y se dirige a la entrada trasera de mi departamento. Esa entrada jamás la uso, ya que conduce a un cuarto repleto de objetos inútiles que quedaron olvidados. Desde que me mudé debe haberse usado dos veces, y desde entonces permanece cerrada con llave. Doble. Arriba y abajo, con traba. Tras un lago rato en que el perro no se calmaba, decido dirigirme hacia el lugar en discordia a ver qué sucedía. Me asomo por el pasillo y noto que la puerta estaba abierta de par en par. Y se movía, tambaleaba como si una brisa de viento la golpeara y cada vez que se disponía a cerrarse, se volvía a abrir. Un frío atravesó mi cuerpo, de pies a cabeza. Corrí los seis pasos que separan el cuarto misterioso con mi habitación, metí al perro y comencé a respirar entrecortadamente, buscando soluciones lógicas. La primera, claramente, fue que me habían entrado a robar. Llamé a mi mama, que estando a 700 km dudo que pudiera solucionarme mi problemita. Pero es una madre, ellas solucionan todo, supuse. Error. Mi madre entró en más desesperación que yo. No ayudó ni un poco. Tras varios minutos de mantener silencio intentando detectar sonidos provenientes del resto del departamento, tomé coraje, agarré un cúter que tenía en mi escritorio  con la mano derecha, abrí la puerta y empuje a mi perro con la pierna para que vaya adelante mío. Les juro que me miró con odio. Nunca, jamás tuve tanta adrenalina corriendo en mi sangre. El pasillo que separa mi cuarto del resto del departamento en mi vida pareció tan oscuro, ni tan largo. Caminé prendiendo cada luz que se me cruzaba, maldiciendo a todos mis vecinos ya que cada sonido proveniente de los pasillos del edificio eran balazos para mi corazón, que bombeaba a mil por segundo. Recorrí el living: nada. Crucé la cocina: nada. Entré a los dos baños: Nada. Solo quedaba el cuarto satánico. Me decidí, con mi madre en el teléfono al borde del llanto, entrar. Maquiné mil situaciones en mi cabeza en menos de un minuto. En todas, absolutamente todas, terminaba muerta. La cantidad de objetos que caracterizan ese cuarto dan mucho espacio para que alguien se esconda entre las sombras. Buenísimo. Con mi perro entre las piernas, dí pasos mínimos hasta acercarme a la llave de luz que tuve mucho pánico de prender. La prendí, la puerta se cerró repentinamente a mi costado y pegué el grito más fuerte de mi vida. No había nada. Nada de nada. Nada ni nadie. Ni tampoco una explicación coherente a 10 km a la redonda.
Es el día de hoy que sigo sin entender que sucedió esa noche de Junio. Si la puerta se cerró por un empujón inconsciente mío. Si alguien pudo burlar mis dos cerraduras que, por cierto, estaban intactas. Si la puerta falló, cosa que jamás hizo desde entonces. Si era una persona que entró solo para ver el decorado de mi departamento, ya que ningún objeto faltaba. No lo sé. Y ya dejé de intentarlo. Creer o explotar, me dijeron varios vecinos, bienvenida al edificio.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La guía personal de los distintos tipos de interrogantes con lo que nos podemos cruzar en la ciudad de BsAs

Por @cgrinstein //


La transición es definida por la real academia española como “Acción y resultado de pasar de un estado o modo de ser a otro distinto. Un cambio de expresión y de tono”.

Pero cuando hablamos de esos momentos en que una relación larga se termina y comienza la siguiente, se puede hablar de transición? Ese tiempo en el que estás sola y tenes que enfrentarte con la cruel realidad: los hombres son un interrogante, al menos para mí que,  desde que tengo memoria, estuve de novia.

Nadie me previno de esto. Si, yo escuchaba a mis amigas bardear, insultar, gritar, llorar, reír, delirar, por un par de flacos pero mi escepticismo siempre ganaba y cada vez afirmaba más su locura. Perdonen amigas, fui muy ilusa. Pero ahora, el karma me vuelve y la inconsciente soy yo, la que grita y ríe soy yo, la que tiene sus emociones a flor de piel. Una adolescencia tardía, me diagnostiqué, con casi 23 años cargadísimos en la espalda. Huevona.  

Tras un análisis profundo de los diferentes especímenes con los que me fui cruzando y aprendido de mis amigas, decido ayudar a las futuras Cintias en estado de transición. Damas y no tan damas, les presento “La guía personal de los distintos tipos de interrogantes con lo que nos podemos cruzar en la ciudad de Buenos Aires”. (Si, tuve que hacer el recorte geográfico, me lo enseñó la facultad)

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 El necesitado (o también definido como “dame el amor que no me da mi madre”): Este fue el primer espécimen que tuve el agrado de conocer. Lean agrado con comillas, por favor, es importante. Se caracteriza por abrazos, besos, caricias y babas excesivas. Saturación de mensajes, maldito whatsapp, dame amor por favor. Te cuenta su completa historia de vida sin que se la preguntes, probablemente llore en la segunda cita. Dicen las malas lenguas que después de la primera encamación te larga un te quiero. Desconcertante. Adiós para siempre, flaco.

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El resentido (o también conocido como “mi ex me hizo cornudo”): Un clásico, el que ni en pedo se engancha porque, según cuenta la leyenda urbana, su ex lo hizo mierda. Y ahora tenemos que pagar nosotras: las pibas piolas. El problema de este espécimen es que, al no poder tenerlo del todo, nos desespera y queremos tenerlo más. Experiencia personal. Contrario al necesitado, no le sacas un te quiero ni siendo una reina con sus necesidades. Hace terapia flaco, tu ex te cuerneó por algo.

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 El borracho (o también nominado “me tomé medio fernet y no conseguí a quien garcharme”): Este pibe es el genio de los genios, la mayoría de las mujeres va a pasar por esta especie en su momento de transición, porque jamás se puede llegar a una relación en serio con semejante hijo de puta. Al menos si sos una mujer coherente y autosuficiente. Es el clásico que jamás aparece durante la semana pero, mágicamente, viernes o sábado (dato que varía de acuerdo a sus horarios de facultad y trabajo), generalmente entre las 5 y 6:30 am, te manda un mensaje preguntándote si estas despierta. No le importa si estas con otro, si estas pasándola bombastick en un parlante bailando el menaito, si estas durmiendo porque tenes que rendir un final de física cuanticael lunes. No, al borracho no le interesa nada más que su miembro masculino, y mucho menos vos. No seas boluda.

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 El de transición (o también conocido como “corto con mi novia, te uso, vuelvo con mi novia, y se repite hasta que uno de los dos se casa o mata”): Qué vida chota la de este pibe, vive en el proceso de transición durante un periodo muy grande de su vida pero durante ratos cortos. Por lo general, tienen una novia arrastrada y ellos son lo bastantes cagones para volver constantemente con ellas. Cada vez que cortan, te pega whatsappeazo, haciéndote creer que le importas. Y vos caes como la reina de las gilas. Y, cada vez que vuelve con la novia, vos te masoqueas entrado al facebook de ambos, stalkeando su vida entera, a sus amigos, y llorando porque se van a casar. Pero el hijo de puta a las dos semanas te escribe de vuelta y así constantemente hasta que vos, en un acto de amor propio, te cortas las venas o te enamoras de cualquiera de los especímenes anteriores (que, sinceramente, no sé qué es peor).

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 El rey (o también nominado “flaca, sos mi sirvienta”): Su frase cabecera es “haceme un favorcito …”. Este pibe, probablemente, (disculpen la generalidad) vive en algún barrio chetito de la city porteña, como San Isidro o derivado. Su madre no lo deja ni limpiarse el ogt solo y, pedazo de pelotuda la madre, le hizo creer que todas las mujeres somos así. Amigo, apenas me puedo mantener parada y vos me hinchas los huevos. Siempre encuentra la manera de manipularte para hacerte creer que es demasiado para vos y que tenes que hacer todo por él, como tomarte el 152 a la una de la mañana un martes para verlo porque se le canto garchar, o traerle un exprimido after coitus. Seguramente, te aviso amiga, te deje por una mas servicial o, se un poco más viva, dejalo vos por uno que te atienda … el necesitado suele hacerlo.

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El sexópata (también lo podes llamar “Mr. Orgía”): A esta especie le vendría bien regalarle un filtro. Situación: chatean un tiempo, un amor, di vi no. Deciden conocerse y vos, ilusa, lo pones en tu lista de hombres decentes. Pobre. Se encuentran en un boliche, vos con tus amigas y el con sus amigos, bailan, chapan, y justo cuando empezas a enamorarte el muy hijo de puta te tira “Si traes a tu amiga la rubia y…?”. Con poker face, te recomiendo, darle la mano, bloquearlo de todas las redes y tirarle un #besito vía whatsapp. O podes ser media boluda, reírte creyendo que es joda, y seguir chateando pero amiga, te aviso, las siguientes conversaciones van a incluir las palabras sexo, látigo, culo, teta, leche y todo tipo de derivados. Ahórrate este paso, y mándalo al prostíbulo.

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El desaparecido (o también conocido mundialmente como “garch and go”): Si hay algo que hay que reconocerle a este tipo de hombre es la calidad de sus chamuyos. Probablemente lo conozcas en un boliche o en el bar de turno. Bailan, te hace cagar corazones y flores, y vos no sos de las que se encaman con uno que conoce de esa noche pero es taaaaaaaaaaan divino. Le preguntas a tus amigas si da. Tus amigas, re en pedo, te dicen “Dale para delante, es un caño y parecen llevarse re bien, puede ser el amor de tu vida gorda”. Las bolas, chichis. Lo llevas a tu casa y desaparece cuando ni siquiera te acomodaste en la cama (y ni siquiera te regala un orgasmo). Obvio, promete llamarte, pero jamás te pasa su número. Imposible encontrarlo en Facebook y vos volves a ese bar como buena boluda creyendo que lo vas a volver a encontrar porque anoto mal tu celu, porque lo asustaste de lo mucho que se engancho con vos, porque te negás a creer que alguien pueda ser tan bueno con vos solo para darte un cepillazo. Gi-la-da.


Sí, hay muchas clases más, yo todavía no tengo el agrado y la felicidad de conocerlos. Muero por hacerlo. Si, es un mundo de mierda. Pero también están los que enamoran, los que, después de mucho sufrimiento, ceden. Los que se la juegan y los que todavía creen que de a dos es mejor.

Pero sobretodo, chicas, tenemos que aprender que nosotras también somos ese espécimen de alguien. O me vas a negar que nunca bloqueaste al caño que te garchaste en pedo, lo encontraste en Facebook y era un culo? Y así, mágicamente, nos volvemos El desaparecido versión femenina con tal de negar semejante bicho en nuestro historial.