Me quedodormida en el sillón mirando algún programa de
chusmerío del mediodía. Se me entrecierran los ojos y se filtra la voz de un
periodista diciendo la palabra “Cola” y “Fiesta”. La repite constantemente y
yo no logro mantenerme atenta. Cuando le tiro una última ojeada al reloj y me decido a dormirme
completamente, tocan el timbre, salto y empujo a mi perro del sillón. Voy al
portero, chocándome una mesa y un par de juguetes en el camino y con voz
de muerta en vida pregunto “..ién es?” ladrido de perro, ladrido de perro, "¡No
escucho Teo!". “GASISTA” responde en voz alta, firme, y feliz. Me calzo las
pantuflas y mientras bajo el ascensor me pregunto por qué los servicios del hogar tienen la
maldita manía de aparecer a horarios polémicamente incorrectos, si es que se dignan a aparecer,
siendo ese mismo el peor ante mis ojos: mediodía, después del almuerzo, en mi
día libre.
Abro la puerta y un señor de aspecto de caricatura,
bajito y con más lunares de los que pude contar sin mis lentes puestos, me
sonríe y empieza a hablar sin parar. No tengo ni idea de qué. Habló
los seis pisos hasta llegar a mi departamento y no se detuvo ni cuando entró.
Esto tiene que ser alguna clase de karma que me manda Dios por haberle robado $20 a mi mamá cuando tenía 12 años para comprarme brillitos labiales. ¿Qué ser de luz tiene tantas ganas de hablar un martes al mediodía? Y, sobretodo: ¿Mi cara te genera simpatía y transmite ganas de interactuar en sociedad?. Le ofrezco algo para tomar, me pide un mate cocido
con azúcar. Miro mi alacena con un ojo
abierto y otro cerrado y le grito desde la cocina “Tengo solo café o té” en mi cabeza pienso "No tengo mate cocido porque no vivo en un geriátrico". No me
escucha, está emitiendo un monólogo con mucho entusiasmo sobre los peligros del
calefactor con gas tapado durante el verano: si alguien quiere contratarlo para
una obra en Carlos Paz me parece un tema interesantísimo. Le hago un té, se lo llevo y lo toma como si fuera mate cocido con azùcar,
ni enterado del intercambio de brebajes. Le explicó qué partes de la casa
necesitan arreglo y les juro que no me presta atención y me interrumpe cada
palabra que sale de mi boca, me desespero, respiro profundo y le digo “Bué, me voy a mi cuarto cualquier cosa grítame”. Error, error,
error.
Durante la siguiente hora y media me gritó “corazoncito” más veces de las que me llamó cualquier amor de mi vida, chongo o derivado. Que si esta llave se abre así corazón, que si el perro es macho o hembra corazoncito, que si te gusta la mortedela, que sí…. Corto por lo sano tras el sexto “corazón”, me acerco y le digo “Mi nombre es Cintia” y se ríe, dejando a la vista los tres dientes que le faltaban.
Durante la siguiente hora y media me gritó “corazoncito” más veces de las que me llamó cualquier amor de mi vida, chongo o derivado. Que si esta llave se abre así corazón, que si el perro es macho o hembra corazoncito, que si te gusta la mortedela, que sí…. Corto por lo sano tras el sexto “corazón”, me acerco y le digo “Mi nombre es Cintia” y se ríe, dejando a la vista los tres dientes que le faltaban.
Episodio 2: Pasó al baño, meó y no tiró
la cadena. Indignada, me dirijo al inodoro y descubro que tampoco bajó la tapa
y, para mí que jamás en mi vida conviví con un hombre, es como tirarme ácido en
los ojos. Exagerada como yo sola, malcriada de mamá, bajo la tapa simulando una arcada y empiezo a sufrir cada
minuto que tengo que pasar con este hombre en mi hogar. Queriendo auto darme
razones para no odiarlo, me puse a pensar en cuando los inoperantes del orto del cable me dejaron plantada tres semanas seguidas,
asegurándome que venían cada miércoles entre el rango de las 12 y 19 hs (como
si mi única ocupación fuera esperarlos) y nunca, jamás, aparecieron. Si algún
día podría salir impune de un crimen, me gustaría incendiar cada central de cables de
Capital y a todos sus operadores telefónicos. Respiro nuevamente.
Cuando estoy entrando a mi cuarto escucho un sonido de que un objeto se rompió, y comienzo a rezar porque el Sr. Gas no haya tirado mi taza de Winnie Pooh porque le prendo fuego la cara, me juro. Si, era obvio, la rompió. Con ojos de risa me pide una escoba y se la doy de mala manera, sin hacer contacto visual directo con la taza que tenía desde los 13 años para no llorar delante de un desconocido y quedar como la más loser del planeta tierra.
Cuando estoy entrando a mi cuarto escucho un sonido de que un objeto se rompió, y comienzo a rezar porque el Sr. Gas no haya tirado mi taza de Winnie Pooh porque le prendo fuego la cara, me juro. Si, era obvio, la rompió. Con ojos de risa me pide una escoba y se la doy de mala manera, sin hacer contacto visual directo con la taza que tenía desde los 13 años para no llorar delante de un desconocido y quedar como la más loser del planeta tierra.
Creo que por fin comprendió lo que transmitía mi cara porque
durante la media hora que separó el término de su trabajo con su ida de mi
departamento no me habló más. Feliz porque ya no tenía que ver más su expresión
irritante y su voz seca consecuencia de los seis cigarrillos que se fumó
durante su estadía, bajamos el ascensor y comienzo a regular mi respiración,
aliviada y orgullosa de no haberlo matado. Realmente fue una hazaña personal,
pienso, creo que le voy a poner en mi Curriculum. Le pago lo que le debo, me
quedo con las ganas de descontarle la taza perdida cual jefa sin compasión, y
lo veo irse. Pero, justo cuando creía que mi vida volvía al silencio clásico de
las paredes que me rodean, veía el arcoíris nuevamente y rogaba nunca más tener
un problema de gas, escucho como tocan el vidrio de la entrada al edificio, me
acerco, me froto los ojos para ver si realmente este hombre estaba nuevamente
frente a mí y me dice a los gritos, escupiendo, a través del vidrio: “Corazón,
mañana paso cerca de las 9 am arreglar lo que me faltó en la cocina”. Y, bueno gente,
les contaría como hoy lo dejé tocando timbre durante quince minutos en la
puerta sin abrirle, pero esa ya es otra historia.