martes, 1 de diciembre de 2015

¡Felices 102 años subte!

Gracias por:
  •          Dejarme atravesar todo Capital en 30 minutos.
  •          Hacer que los viejos me apoyen porque “hay mucha gente”.
  •          Cerrar la puerta con mi mochila de lado de afuera. Una vez, fue la pollera.
  •          Hacer que gaste medio sueldo en los vendedores ambulantes.
  •          Los músicos que me relajan a la vuelta del trabajo.
  •          Los músicos que NO me relajan a la vuelta del trabajo.
  •          Las viejas desesperadas por ocupar un asiento.
  •          Verme convertida en una vieja desesperada por ocupar un asiento.
  •          Las siestas mágicas renovadoras de quince minutos con boca abierta. Y baba.
  •          El altavoz cortado con anuncios claves. “La línea ???? anuncia que no andará desde las ??? hasta las ??????????!!!” KEEEEEEE DIJISTE.
  •          Enseñarme que una persona desesperada de verdad es la que quiere entrar antes que vos bajes, y no la que manda mensajitos a las 4 am de un sábado.
  •          La transpiración compartida en pleno enero.
  •          Los humanos que no saben que por la derecha te quedas quietito en la escalera mecánica, y por la izquierda se avanza. E interrumpen parando a todo el grupo con maletines apurado de atrás.
  •          El molinete que se me clava en las costillas.
  •          La malgarchada que carga la SUBE en la estación Facultad de Medicina.
  •          La escalera mecánica que no anda.
  •          Hacerme sentir en un rebaño de vacas cuando avanzamos todos juntos, desesperados por salir. Experiencia cercana con la naturaleza.
  •          Hacer que me enamore por unos minutos de cada chico que está leyendo algo que yo ya leí. Y por “enamorarme” léase “revolucionarme hormonalmente”.
  •          Los encuentros con gente conocida, que tenes que saludar y no tenes tanta confianza como para hablar todo el camino, pero tampoco para hacerte el boludo y sentarte lejos.
  •          El hermoso ser que no conoce el desodorante pero levanta el brazo igual.

Y sobre todo querido subte, gracias por soportarme a mí y otros millones de animalitos todos los días, que tratamos de encontrar nuestro lugar en este mar porteño.

Nuestro lugar en el vagón, y también en la vida.

jueves, 22 de octubre de 2015

habitantes inciertos

Todos tenemos un habitante inesperado interno, viviendo de un recuerdo.
De vez en cuando aparece y nos pone a pensar.
Esperas que el cerebro se te aquiete. El recuerdo se retroalimenta más.
Pero sigue estando ahí, y su idea central no es más que la espina dorsal de otras memorias más complejas y profundas. 
¿Qué hacer cuando temes escaparte de vos mismo?
Esa cálida oleada de placer que te recorre el cuerpo cuando esa memoria dolorosa se aleja muchas veces parece no llegar.
Quizás una foto, quizás una película, quizás un momento, lo destapa y tu cerebro lo invita a pasar.
Cerrá los ojos y contá hasta a tres. Simplemente no se va.

Porque todos tenemos un recuerdo que nos asusta, y lo apartamos cuanto antes de nuestra cabeza.
Porque todos esperamos encontrarnos en alguien lo suficientemente fuerte para perdernos de nosotros mismos un rato.
Y porque, cuando lo encontramos, nos sentimos más nosotros que nunca.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Carta a mí misma en diez años

Querida Cintia de 35 años:

Espero que estés bien, que hayas encontrado tu trabajo ideal, que tengas gente increíble rodéandote, un departamento propio, que Teo finalmente tenga novia. Pero sobretodo, Cintia, espero que no hayas recuperado los 15 kg que bajaste, media pila. Nota mental: dejar de darle rienda suelta a las medialunas desde ahora.

Al menos a los 24 años, te empezó a dar miedo olvidar ciertos pensamientos y sensaciones. Sensaciones que capaz no volves a tener, o a recuperar. Así que mejor archivarla en letritas, pensaste. Ojalá para tu versión de Cintia de casi 35 años siga existiendo el blog. Capaz aparezco en un holograma relatándote esto, qué fiesta.

Hoy, con casi diez años menos, aprendiste y a veces te despertás analizando cosas como si tuvieras más edad. Tu capacidad analítica y casi precisa del día a día a veces te asusta. Aprendiste a los golpes que si tenes paciencia todo te va a llegar. Que con trabajo y perseverancia, y  mucha pasión y enfoque, una por una van cayendo las cosas.

Te enamoraste más de una vez, y no solo de personas. Notaste después de varias noches dando vueltas en tu almohada que el amor propio es lo que te hace levantarte cada mañana. Que desarrollando al máximo tus objetivos, queriéndote y aceptándote tal como sos, llega el amor hacia los demás (y de los demás hacia vos).

Descubriste que el amor no es lo único que se necesita para que funcione una relación. De hecho, es quizás uno de los factores menos determinantes. Porque quisiste, diste todo, pero te dejaron sola. O tus ganas siempre fueron más. Y capaz lo que más admiras de vos misma es que no importa: todavía conservas tu capacidad de intentar. Solo aprendiste a tener más cuidado. A valorar lo bueno que tenes, y a buscar lo mismo en la otra persona. Que sea mutuo, o que no sea nada.

Aprendiste a no dejar las cosas por la mitad. En el trabajo, en el amor, en la amistad y hasta cuando ordenas tu departamento. Que las cosas a medio hacer a la larga te afectan y no te dejan dormir por la noche, casi obsesivamente. No te dan miedo las obsesiones que te hacen mejorar, las abrazas y las invitás a tu mesa. También, descubriste que el ser humano miente constantemente, y que a veces nos gusta y elegimos creer. Que haber nacido persona pensante conlleva un grado de masoquismo importante.

Admitiste que la familia y los amigos son lo que siempre quedan al final de tu día. Que podes incorporar gente nueva sin miedo en cualquier etapa de tu vida. Que pensaste que los amigos del colegio eran los únicos que podían ser sólidos, y cuánto te equivocaste. Desarrollaste una capacidad de aceptar a las personas que te rodean tal cual son, para que ellos también te acepten así. Que la familia siempre, siempre va a estar, por más que quieras alejarlos. Es amor inagotable, te guste o no.



Ojalá Cintia, que no hayas olvidado todo esto, y hayas aprendido mil párrafos más. Seguramente te vuelva a escribir, o capaz me limite a vivir. Ojalá sigas siempre de buenhumor, ojalá te estén cuidando, ojalá sigas acordándote todos los días de tu abuela. Ojalá te estes dedicando a escribir.

Y si todo eso no pasa Cintia, no importa. A los 15 querías ser médica y teñirte el pelo de azul … quién soy yo para decirte, con casi 25, lo que vas a querer diez años después? Conservá tu frescura, y tus ganas. Te quiero más que nunca.

Cintia versión 2015.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Empecé pilates por SALUD

Llegué a ese momento. Llegué a ese momento de mi vida en el que dije en voz alta “tengo que empezar algún deporte por SALUD”. S A L U D, entienden? Ya dejé de intentar estar buena, y entré en la etapa de que subo escaleras del subte y me agito. Me preocupan los análisis. No te corro un bondi ni en pedo. Me duele banda la espalda, chicos.

Y empecé a pensar… ¿Qué puedo hacer que no requiera ir todos los días, que no tenga que moverme mucho, ni exija comprarme cosas como gorro de baño y antiparras, y no me haga transpirar mucho? Y así llego a mi vida la nueva etapa que llamaré de ahora en más “El periodo pilates”.

El periodo pilates consistió en varias fases. La primera fue anunciarle a la gente que me rodeaba que iba a empezar. “Ay chicas, el viernes arranco pilates”,  “Ma, el viernes voy a pilates”, así, re gedienta todo el día. Con esto yo tenía la ilusión que la presión social me iba a obligar a empezar. Nunca pasó, descubrí que no cedo ante esta presión a los 12 años cuando me ofrecieron un cigarrillo y me dio miedo que me descubran. Me fui corriendo. Nací condenada al fracaso social, fumar era cool.

A la segunda fase me gustaría llamarla “Ke flasheá amiwa”. En esta, tras anunciarlo durante varias semanas y no recibir cabida de nadie, me anoté en un instituto a la vuelta del trabajo. Y acá flasheé zarpado. Droga, mucha droga.
Top 3 máxima gilada by Cintia:
3. Empecé a no usar más el ascensor y subir los seis pisos de mi departamento en escalera para “prepararme”. Apuesten cuánto me duro. Opciones: dos días/una tarde/tres pisos, y me tomé el ascensor. Sí, es la última, ganaste un caramelo media hora.
2. Intenté la dieta. Me compré para merendar en el laburo granola, cualquiera, miré las calorías y engorda más que un Jorgito triple. Un día comí una barrita de cereal, fue horrible. Duró menos que el punto anterior.
1. ME COMPRÉ UNA CALZA DEPORTIVA CON LINEAS AMARILLAS A LOS COSTADOS. OXFORD. No voy a acotar nada más, me parece que ya está todo dicho.

Y la tercera, y la fase de acción, va a ser denominada “La salud no es lo importante”. El viernes arranqué. Pedí permiso en el trabajo para salir quince minutos más temprano los viernes para empezar pilates, y no tuvieron problema. Acá me planteé si me verán gorda y ya ni lo disimulan. Me traje la ropa en la mochila y me cambié en el baño. Para salir del edificio, hay que atravesar toda la empresa: perdí todo tipo de respeto con mi calza Oxford caminando entre los escritorios con mis llantas rosas. Nota mental: tirarla. O tírame yo.

Las zapatillas deportivas para qué serán, se habrá preguntado la profesora cuando me abrió la puerta, pilates se hace descalza. Lo descubrí ese día, sale caer de ojotas. Lo buena que estaba la mina, ofendía. Cuerpazo, flaca, tetas enormes, culo parado. ¿Se supone que esto me tenía que inspirar? No, la envidia femenina no me deja, soy humana chicus. Mis compañeros eran dos viejos de unos 60 años a los que le salía todo. Yo no solo no coordinaba los brazos con las piernas, sino que se me cansaban y cuando la profesora se daba vuelta no hacía nada. Primera clase. Los viejos no paraban de mirarle el culo. Yo miraba el reloj. Me pregunté durante los 55 minutos en los que chivé arriba de una camilla al ritmo de música hindú cómo haría esa mina para estar tan buena, qué hice mal yo, por qué me dolían tanto las rodillas si tengo 24 años y por qué había un cuadro de un chancho vestido con ropa de buda.

Salí menos relajada que antes. En el ascensor, mientras bajaba a abrirnos, la profesora dijo la frase que respondió mis dudas: “Hoy en todo el día solo comí una tostada con un café, qué colgada soy con la comida”. Yo, mientras, recorría en mi cabeza la línea del tiempo que empezó a las 8 am con tres facturas con pastelera, y que culminó a las 19 hs con un sanguichito de jamón crudo que estaba tremendo.


Hoy, seis días más tarde de mi primera clase, y teniendo la segunda mañana, me duele todo. El alma, los brazos, las gambas y la panza porque me comí un paquete de twistos con chocolatada. Combinaciones misteriosas. Hoy, tengo miedo de mañana. Hoy redacté el mensajito avisando que mañana no iba y no me animé a mandarlo. Mejor empiezo a anunciarlo a la gente que me rodea que tengo mi segunda clase… en una de esas vuelvo a la primer fase, la presión social finalmente funciona, y mañana me clavo mi calza flúor y le aflojo al crudo.

miércoles, 21 de enero de 2015

miedos veraniegos

Son miedos que paralizan. Que no me dejan volver a empezar.
Que toman vida propia, y un lugar en mi placard.
Que reprimen la felicidad, que me llevan esta mediocridad.
Son miedos que sobrepasan el tiempo, que pesan la vida misma. 
Que de noche me acosan, patotean, me hacen retroceder.
Son miedos que quieren volver.
O quizás nunca se fueron.
Quizás ya me encariñé, quizás es mi manera de obviar que vas a volver.
Quizás es mi manera ilusa de pensar que vas a tocar mi puerta y llevarte (de una buena vez por todas) estos miedos que me instalaste y dejaste almacenados, sin ticket de cambio, para que mi tiempo no te olvide y se me instale el aroma de tu lejana y confortante voz.