martes, 16 de agosto de 2016

el poste mágico



Un poste redondo, blanco, en el cual veo diez enchufes con diferentes marcas de aparatos tecnológicos que desconozco. De cada uno, un cable sale y conecta un celular con el poste. De diferentes tamaños, se distribuyen algunos colgando y otros haciendo equilibrio.
 Sus dueños, los observan fijo, nerviosos, y cada tanto se acercan a revisar un teléfono al que jamás se prendieron las luces. Me encuentro en el aeropuerto esperando mi vuelo con dos amigas y el poste se lleva todos los ojos. Primero le pego una mirada rápida, pero a medida que el vuelo se atrasa, me aburro y comienzo a observar más detenidamente. Y empiezo a notar que, como buitres esperando su presa, cada vez que un enchufe se desocupa, cinco personas se amontonan a su alrededor para ocuparlo de manera desesperada. El resto, los que amagaron a levantarse o que se dieron cuenta tarde, parece mirar frustrados su aparato móvil con pantalla apagada. 
Todos le tiran miradas asesinas al afortunado que logró conectarlo que, felizmente, observa su celular, casi orgulloso de su hazaña. Me río de la situación, de ellos, que en vez de hablarse con sus compañeros de viaje prefieren rodear al poste esperando un lugarcito en el mundo de la tecnología, para conectarse y no comunicarse. Empiezo a contar cuantas personas miran endiablados al poste mágico: uno, dos, seis, diez, doce, y cuando llego al catorce noto que es mi amiga Caro, que se encuentra con el cargador en la mano, con las piernas dobladas, en la pose ideal para salir disparada y enchufar su cuadradito whatsappero. Tras unos minutos, su momento de gloria llega: a lo lejos, a tres postes de distancia, un lugar se desocupa y Caro con una agilidad que jamás le conocí, corre y lo conecta. Vuelve con mirada triunfante, aliviada, e ignora olímpicamente con una sonrisa enorme las vibras de odio que le tira el yankee de rojo sentado enfrente.  
Y es ahí cuando me pongo a pensar en esta neurosis compulsiva que parece rodear al mundo, estos celulares que tienen tanta tecnología, pantalla táctil acá y allá, pero viven conectados a una pared cargándose. Y, cuando la batería da su aviso de alerta, la necesidad de tenerlo encendido parece pegarle una patada a los límites de la sensatez y hacemos lo que sea por mantenerlo prendido, olvidándonos de la realidad. Entonces, si los celulares nacen para conectarnos, ¿Por qué, lentamente, comenzamos a desconectarnos tanto de lo real?. 
Observo a Caro y a Gise a mi lado, y justo cuando abro la boca para plantearles mi duda, creyéndome la filósofa del siglo, imaginando la apertura de un debate que nos hace olvidar las  2 hs que lleva atrasado nuestro avión, le pego un reojo a mi celular y veo como aparece el logo de movistar y se apaga.
Las dejo con la pregunta a mitad decir, suspiro mientras me ven alejándome con mirada extrañada como me acerco al sector de neuróticos y le pido en un espanglish tembloroso al yankee de rojo que finalmente encontró su lugar: "Im sorry, ¿te molestaría que enchufe un ratito mi celu?"

lunes, 25 de abril de 2016

¿Por qué escribo?



Es quizás hoy, en el momento menos indicado, que entiendo por qué escribo.
Escribo en un intento que bordea lo desesperado por entender lo imposible. De poner en modo tangible todo eso que mi mente trata de procesar. Cada minuto, cada día. Palabras todas juntas, sueltas, fábrica de pensar.
Escribo a modo de escape de mí misma. Porque tenerme cerca todos los días me parece hasta mucho para mí.
Mi impulso de escribir se relaciona a una ausencia de poder a la hora de desear poseer algo.
Pocas cosas no logro controlar en mi vida. Una falta, un recuerdo, presencias inexistentes. De eso escribo.
Desconozco el mundo, cada día más. Pensaba que crecer era comprenderlo pero finalmente entiendo que funciono a contramano. Y, para hacer trabajar mi cabeza, para lograr que me levante cada mañana, debo leer.
Lo que siento a diario suele ser tan intenso, tan incontrolable, que leer se volvió una necesidad casi obligatoria.
No entiendo la lectura como un vicio del que no puedo salir. Porque levanto la mirada de las letras y el mundo exterior sigue estando ahí. Rodando. Chocando. Pero lo entiendo mejor.
Pero sí insisto en que esa misma mirada que se levantó no fue la misma que estuvo leyendo unos segundos atrás. Fueron minutos que todo se apagó, y mi mente sanó.
Y por eso escribo. Ojalá algún día te pueda generar eso. Ojalá algún día mis palabras te ayuden a escaparte de vos mismo. Ojalá ahora mismo.

domingo, 21 de febrero de 2016

La especialidad de la casa es mentir



El sonido de mi whatsapp cuando suena es como una puerta. Toc! Toc! me dice mi Samsung y yo me desespero. No logro contar hasta diez antes de abrir sus mensajes, te juro. Y a cada uno de ellos los leo, primero rápido, y releo lento y disfrutándolos como si fueran únicos, como si no hubiera dos como él. Los agendo en mi mente y también en las capturas de pantalla de mi celular. Porque con él era así todo el día todos los días: siempre, siempre era desesperación. Siempre era locura. Siempre eran sentimientos intensos. Siempre había ganas de escribirnos, de necesitar saber del otro. Con Facundo no había vueltas: lo que él quería de mi lo obtenía y esa era mi debilidad que me hacía sentir, irónicamente, muy fuerte.


Si me preguntan cómo lo conocí resta importancia. Me gusta Iván Noble. Lo ví en un Twitter de Iván Noble. “La especialidad de la casa es mentir” cantaba su twit en mi cabeza y retumbaba. Su foto se veía chiquita en la pantalla de mi Ipod. Era rubio, estaba de perfil, mirando para abajo. Era hermoso, clásico, casi aburría su perfección. Bordeba una línea muy fina entre lo que sí y lo que no. Lo empecé a seguir, porque se ve que me gusta encontrar problemas sola. Siempre fue mi rasgo característico. 
Si me preguntas hoy, después de casi cinco meses de haber conocido a la persona con la que deseo casarme, reírme, enamorarme, formar mi familia y estar toda mi vida con él te digo: sí, estoy arrepentida. Una vez hice una lista de los peores sentimiento, y en el puesto número uno estaba el arrepentimiento. En serio, ¿Puede haber algo peor? Es un peso que te dura más tiempo del que debería y que te hace caminar por la calle y parar y sacudir la cabeza para tratar de eliminarlo. Te persigue y no te deja dormir. Y eso me causa él todos los días, realmente no se lo deseo a nadie.


Como dije, tanta cosa linda me hizo detenerme y empezar a mirar todos sus escritos. Cuando quiero, puedo ser una obsesiva digna de tratamiento. Eso es el temita que tiene pertenecer a esta generación 2.0, vemos como posible entrar al mundo de otra persona sin conocerlo. Y no es apto para cualquiera, mucho menos para mí. Obsesión 2.0.

Era divertido, le gustaba leer, mencionaba mucho a Cortázar y Benedetti y la música que escuchaba me hacía sonreír y soñar un poquito. Sus twits me hacían reír sin conocerlo. Es decir, ya era feliz a su lado sin haber tenido una sola conversación. Me encontré pasando horas enteras viendo palabritas en 140  caracteres de hacía varios meses atrás, descubriendo a sus amigos, a su familia y a su novia Cynthia. Su novia, sí, un ser que aprendí a odiar desde el minuto cero, desde esa primera stalkeada profunda a su planeta del que automáticamente me sentí parte. Click en información, ciudad: San Juan. Lejos. Lo busco en Facebook, grave error, sus fotos en grandes eran aún más lindas. No entendía cómo alguien tan hermoso podía ser tan divertido e inteligente, no encajaba, me molestaba en el estómago. Y me desesperaba. Decidí olvidar sin siquiera haberlo intentado, muy complicado para mí, imposible. 


Me gustaba que él twitteara por las noches como yo, que encontrar creatividad en sus palabras para resumir cosas hermosas. Empecé a marcarle favoritos a sus twits nocturnos como recordándole que una desconocida estaba ahí, entendiéndolo, acompañándolo, quería hacerme notar, estaba encaprichada con esa sonrisa, sin importar en qué punto del país se encontrara. Y ahora que lo paso en limpio me doy cuenta que toda nuestra relación se basó en eso: en saber que yo estaba ahí y en su sonrisa como motor que daba cuerda a mis ilusiones. Y una noche, cerca de las tres de la mañana, le marqué como favorito un “Qué aburrido estoy” y me acosté a dormir. No pude, no pude, recuerdo haber dado vueltas en la cama y sentirme molesta. Me incomodo, maquino. Entro a twitter de mi celular y ahí estaba su primer mensaje privado: “Nocturna la chica, eh?” Y ese fue el principio del fin de mi salud mental.

viernes, 12 de febrero de 2016

Buena y mala suerte

Mala suerte para vos, que en el viento vuelan tus palabras. Tu voz. Ni vos mismo podes sostenerla.
Buena suerte para mí, que las veo en el aire y ya no las dejo en mí.

Mala suerte para vos, que de las mentiras llenas tus casilleros.
Buena suerte para mí, que ya ví cómo termina tu tablero: nunca llegas a destino.

Mala suerte para vos, que de respeto y valores tu conocimiento es nulo. Sos efímero. 
Buena suerte para mí, que se cuidar todo lo que tengo. Lo sé valorar mientras puedo verlo. Cierro los ojos y lo siento.

Mala suerte para vos, que tu día a día está repleto de dudas e inseguridades.
Buena suerte para mí, que jamás creí en vos, en que algún día pudieras superarlas. Que entiendo lo que quiero.

Buena suerte para mí que de vos no me llevo mucho. Y lo poco que me diste fue promedio. Nada único.
Pero sí.
Me llevo tus historias. Llenas de mundos de fantasía, donde la única estrella que brillaba la tuya.
Me llevo haberte dado todo, ser sana, saber querer. Me llevo querer bien.
Me llevo el recuerdo de tu egoísmo diario, limitándote a lo mínimo. 
Me llevo saber que jamás te creí del todo.

Porque buena suerte para mí, que tu amor mediocre jamás me pudo llenar. 
Buena suerte para mí, y también para vos… porque al menos te vas a quedar con mi gusto en tu ropa, pasos, y en tu recuerdo. El gusto de mi libertad.
Y eso, con el karma que se asoma en cada esquina, es lo más cercano a buena suerte que vas a tener.
¡Buena suerte para vos!