viernes, 27 de diciembre de 2013

lo que sé

Lo que sé de vos es una nota mental
que todas las noches me ayudas a completar
Sé de tu risa imaginaria
que te es difícil controlar
Sé de tus arranques de bronca
que no tratas de ocultar
Sé de tus celos compulsivos
que te cuestan olvidar
Sé de tus pasiones
que vos todavía no ubicas
Sé de tus sueños
aunque vos así no los llamas
Sé de tu odio a la palabra mentira
y de tu amor a la sinceridad
Sé que te gustan mis largas expresiones
aunque te llenen la pantalla del chat
Sé de los kilometros
que nos gusta achicar
Sé de tu guitarra
y de la llave de tu canción
Sé de tus desvelos
y de tus intentos de olvidar

Y sé que hay mil millones de personas en el mundo
Pero con tan solo una quiero esta noche soñar

miércoles, 4 de diciembre de 2013

1 de Febrero de 1998



De la lata salía humo y perfume a vos. Ella se tapaba los ojos porque el humo le hacía mal pero yo necesitaba aspirar cada partícula de lo que fuiste. El humo formaba recuerdos, risas, felicidad y tiempos mejores. El humo es una metáfora de lo que fuiste vos: te tuve, pero siempre que quise liberarte, no te pude agarrar, solo sentir.
Hoy quemé tus hojas y nunca más vas a volver. Pero más importante, es que yo vuelva a existir y esta es mi manera de decirte adiós.
Dejé la hoguera a medio prender y en la soledad de la noche también voy a tirar este diario. Ya nada nuestro va a quedar: solo el recuerdo de la felicidad.

no me vas a poder cambiar



No creo que haya otra vida. No creo que se vuelva a empezar. No creo en las segundas oportunidades, no creo en dejar pasar.
Tengo el capricho en mi cabeza de disfrutar todo lo bueno que se me puede cruzar. De pasiones incontables, me podes decir. No hay nada que me guste más que la alegría de vivir, de existir, de sentir y de reír. No me gusta lo complicado, no me gusta mezclar. Me gusta la simpleza de la amistad y de sacar a mi perro a pasear. De sentir Buenos Aires volar, y yo mirarla desde acá.
No me trates de cambiar, no me trates de amoldar, porque creo que el segundo antes de que pase algo es sensacional.

martes, 3 de diciembre de 2013

Estudiar en Starbucks

Por @cgrinstein //


Se acercan los finales y mi capacidad de estudio sobre estas fechas se vuelve nula. El clásico: no puedo estar más de una hora estudiando en un mismo lugar del departamento porque me empiezo a arañar la cabeza, pensar en qué colores quedaría bien con el sillón del living, buscarle los defectos a mi perro y cambiar la yerba del mate cada tres cebadas. Juro que me terminé tres paquetes en menos de 7 días.

Uno de mis escapes cuando ya son alrededor de las 17 hs y ya recorrí cada recoveco del dpto. es dirigirme hacia el Starbucks más cercano. El de Callao y Viamonte. En tan solo cuatro cuadras cuento con tres diferentes pisos donde expandir mi indignación de estudio, y además ligo un frapuccino de frutilla como excusa. Hoy, específicamente, entré y el lugar estaba casi vacío, hago mi pedido a un latinoamericano sobreexcitado con todo lo que le rodeaba y me siento en una mesa con cuatro sillas solo para mi donde pretendía estirarme y estar tranquila.

Tras una hora y tres fotocopias sobre “por qué es tan importante saber los géneros narrativos” la cosa comenzaba aburrirme y empecé a notar que el lugar estaba mucho más lleno que cuando llegué. Y una vez que a una le agarra el gustito al blog, debo confesar que todo en mi vida me parece una columna y empecé a mirar con ojos de escritora los personajes que me rodeaban.

A mi izquierda se sentaba el grupo #1 al que me gustaría llamar “La del embarazo adolescente, el goma y el pequeño infumable”. Este grupo estaba compuesto por una mujer de unos 25 años con cara de cansada, su hijo Santiago de aproximadamente 7 y “El goma” que era un hombre de alrededor de los 30, gordito, de ojos claros, y bastante pelotudo, esas personas que te dan ganas de pegarle y no sabes bien por qué. Por la manera en que el goma se expresaba con el nene, era una cita de la madre y se lo quería comprar. El pendejo a todo lo que el goma le decía, le respondía con un “chupala” acompañado por una agarrada de huevos. Tanto yo como la policía de la entrada nos cagábamos de risa por dentro: lo vi en sus ojos. La madre, con mucha cara de “Por qué no me cuidé a los 18?”, lo retaba con desgana y terminó encajándole el celular y los auriculares en un intento desesperado por quedar bien delante de su cita. Error. El pibito empezó a cantar a toda voz una canción bastante de mierda e interrumpía cada chamullo que el goma le tiraba a la madre, que se hacía la concentrada en sus palabras pero le pegaba codazos por debajo de la mesa a su hijo. La historia termina con el padre del nene viniéndolo a buscar y el goma despidiéndose de su cita, sin ligar ni un garche y encima pagándole a un pendejo de mierda una chocolatada de 40$.

El grupo #2 recibieron el nombre en mi cuaderno de “Los virgazos”. Estaban a mi derecha y eran cuatro hombres de unos treinta años. Al de remera roja me daban ganas de levantarme, hacerle un favor y decirle “Che, flaco, perdón que te joda pero si tenes orejas tan grandes me parece que raparte es un error”. Al de jean de dragones le mandaría una orden de restricción y al equipo de Fashion Police. Al que tenia puesta una gorra, cadena de oro con símbolo de la paz y lentes de sol, simplemente le escupiría la cara y me sacaría los ojos para no verlo y, al único que estaba bueno, le diría que deje de hablar sobre la cantidad de minas que se movió este finde porque eso lo hizo entrar en mi lista de incogibles. La conversación consistía en el lindo anunciando todas sus hazañas y los otros tres sometidos riéndose, festejándolo, y por poco haciéndole una pedicura. De repente, el que estaba bueno se tuvo que ir, y los otros tres permanecieron en silencio por unos cuatro minutos hasta que el orejón dijo “Está buena la policía, no?”. Mátenlos, ya.

El tercer grupo me lo encontré cuando no me fumé a los dos anteriores y me mudé al piso de abajo a una mesa grande rodeada de estudiantes. Me gustaría llamarlos “Los químicos”. Ella, bajita, lentes, morocha, bastante complicada en su vestimenta, le explicaba química a él, remera que dejaba ver la buzardita, peinado casquito, complicados los dos vamos a ser sinceras. Él le miraba la boca a ella mientras hablaba pero era muy, muy, pero muy virgen para animarse. Encima, quería hacerse el gracioso y los chistes eran pésimos. Vergüenza ajena. Ella lo miraba con cara de ogt. Él, no entendía nada de lo que explicaba y ella subió a buscar un café para armarse de paciencia, supuse yo. Él, que por cierto si tengo que ponerle un nombre sería Pancrasio, llamó a un tal Fede para decirle que “Si ya le dió al feo de Jere por qué no me da bola a mi” y entraron en una discusión sobre quién era más feo, si Pancrasio o Jere. No conozco a Jere, pero dudo seriamente que Jere sea más feo que este chabón. En qué termino la conversación, no lo sé, porque logré concentrarme en La Antigua Grecia, pero se ve que Fede es bueno lavando cerebros porque la de lentes bajó y a los quince minutos se la estaba comiendo. Casi que le toco el hombro para decirle 1) Pasame el número de Fede a ver si me animo a encarar al que me gusta 2) No da comerte a alguien así en el medio de la mesa de estudio. Todos los participantes de la mesa vimos el momento, intercambiamos miradas y nos sentimos muy losers.

Por último, el cuatro grupo es nominado “Por ellos me fui de Starbucks”. Se ve que la mesa de estudios pasó a ser mesa de garche gracias a los químicos porque bajaron dos parejas más y no pude soportar más las palabras gordo, amor, bebita, princesa, amorete, así que volví a subir y me senté en una mesa al lado de la entrada. A los cinco minutos, entra una mujer con un carrito y dos hijos más: una nena de unos ocho años y un nene de aproximadamente cinco. La mujer estacionó el carrito a mi lado (que por cierto estaba compuesto por el bebé más feo en la historia de los bebés) y les dijo a Fulanita y Menganito que se queden ahí que ella entra al baño. A continuación, frente a la falta de control materno, Fulanita empezó a hacerle muecas a el bebé feo, que empezó a llorar y lo transformó con el hijo subdesarrollado de Frankestein, y Menganito comenzó a arrojarle a su hermana papeles del tacho de basura que se encontraba a su lado. Menganita lo miró con cara de odio, y se entraron a cagar a palos mal. O sea, se pegaban, arrancaban los pelos y yo miraba la situación con ojos brillosos, agradeciéndoles que me sirvieran esta columna, les juro que me faltaban los pochoclos. En una de esas, Menganito para, la mira fijo a su hermana, y escupe. Fulanita se mueve y el escupitajo cae sobre mi resumen de Narrativa I y yo, para esquivarlo, empujo mi café y se vuelca sobre mis apuntes. Arruinados, al menos la mitad. Esa fue una señal que mi estadía en Starbucks ya no era bienvenida. Junté mis hojas como una reina, miré con cara de orto a Fulanita y Menganito que se reían y me hicieron dudar si alguna vez quiero tener hijos, me colgué la cartera, abrí la puerta y me fui.

Entro a mi departamento con cara de desilusión, enojada porque no tendría que haberme trasladado nunca a esa multinacional del café, saco las hojas de mi cartera para que se sequen, se acerca mi hermana y me dice “Por qué la cara de ojete Cintia? No sabías que hoja manchada, materia aprobada?”. El martes les cuento y, en una de esas, le agradezco a Fulanito y Menganito.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Enfrentar la bikini temporada primavera verano 2014

Por @cgrinstein //



Me emociono con el sonido de pajaritos que emite el ringtone de mi whatsapp. Emisor: mamá. En cualquier momento le cambio el nombre a “Juan” así aunque sea me siento un poco menor loser.  En su mensaje me cuenta que “La abuela me manda a decirte que te regala una malla para navidad, que vayas y te la compres en Buenos Aires antes de volver que hay más variedad”. Bueno, esta es la traducción, su mensaje real fue algo así como “abuela regalo navidad buenos aires, ok”. Tantos años juntas ya me enseñaron a descifrar sus mensajes en clave. Bueno, llegó. Llegó el momento que tanto temí todo el año mientras chivaba como futbolista en spinning: enfrentar la bikini.

Porque, mujeres, no me van a negar que la hija de puta nació para cagarnos la vida. Todo aquello que logramos esconder como reinas durante el año queda expuesto durante los meses diciembre/enero/febrero sin compasión y, mientras más veranos sumamos a nuestro calendario, se pone más jodida la forra. Si, cuando hablo de “la forra” me refiero a la bikini.

Dos días después del mensaje del demonio tenía la tarde libre y un malhumor que contagiaba asique me decidí a ir al alto Palermo a deprimirme, total mi día ya había sido una mierda: qué tanto puede desmejorar?. Mucho, a veces soy muy pelotuda.

Mientras me ponía el vestido y los zapatos me miraba al espejo de reojo para ver qué tan al horno estaba. Prefiero no contarles, sé que una imagen de bomba sexual mía existe en sus cabezas y no quiero arruinarlo. Me subo al 29 y miro con envidia a la morocha anoréxica que se está clavando un milka mouse triple adelante mio. Le tiré las peores vibras, les juro, seguro tuvo un día chotísimo por mi culpa.

Llego y empiezo a mirar. Extranjeros con bolsas de Tommy Hilfiger y otras marcas importadas ocupaban todas las vidrieras y sonreían porque pagaban en dólares, y no me dejaban ser, loco vuélvanse a su país. Finalmente me dejo de dar vueltas y agredir mentalmente a los que me rodean como forma de escape de mi misma y entro  a Materia. Dos vendedoras me observaban en un local vacío y me ponían nerviosas. Una tenía más cara de orto que yo y la otra le hablaba sobre su casi novio que, si la historia que contaba era real, me daban ganas de gritarle en la cara “FLACA, ME LO TENGO QUE COGER YO PARA QUE ENTIENDAS QUE SOS UNA CORNUDA?” pero me concentré en el perchero donde estaban las mallas. Esta me hace chata, este color es una grasada, quién mierda se puede poner una malla animal print?, esta es parecida a la del año pasado, esta zafa, la que no zafa soy yo. Bue, la agarro, me tiembla la mano y le tiro una ojeada a mi panza. La vendedora cornuda no me ve, pero la otra me acerca y me pregunta si me la quiero probar con cara de “te va a quedar muy mal” o capaz la que tenía cara de “esto me va a quedar pal ojete” era yo.

Entro al probador y tengo que hacer un apartado en este punto. Para mí, que el creador de los probadores buscaba que nos sintamos muy mal con nosotras mismas. La luz no favorece ni a la mina más linda del mundo, el pequeño tamaño de los mismos nos hace ponernos creativas para hacer malabares con la ropa, cartera y otros objetos que nos rodean, las cortinas siempre se abren. Y yo, que me sentía una ballena a la que pronto vendría Greenpeace a rescatar, ese día sentía que el probador era el culpable de todo y no el cuarto de libra que me había comido hace dos días.

Me pruebo el corpiño. Bueno, no está tan mal, tengo menos diez en tetas pero qué se yo, zafa. Ahora, está comprobado científicamente que el tamaño de la bombacha es inversamente proporcional al tamaño del corpiño, dividido por la masa corporal de la mujer que se la prueba, da como resultado un matambre digno de colgar en una carnicería. Yo me he probado en mi vida cosas que me quedaban para el ojete (minivestido con espalda descubierta  de Cuesta Blaca, dios mio, jamás superaré tu imagen sobre mi cuerpo), pero realmente esta bombacha mega tanga era el infierno de las gorditas. No, te juro que salía de ahí y le rogaba a canal 13 que me acepte en Cuestión de peso. No sé si es que mi respiración se comenzó a agitar y la vendedora me escuchó, porque la hija de puta me abrió de par en par la cortina al compás de un “¿Cómo te queeeeeeda…???” con tonito. Así, sin filtro, abrió. FORRA ANDATE DE ACÁ DEJAME DEPRIMIRME EN PAZ. Y encima tuvo el descaro de decir “ay te queda pintada”. O sea, ¿Sos ciega? Puedo hacer de doble de la Tota Santillán. Negué con la cabeza y con voz de emo le susurré a ella y a mí misma “esto es un horror”. Y la mina, que para mí era mala persona en serio, le gritó con una voz de pito que me rompió el tímpano a su compañera “Gabiiiiiiiiiiii, o no que le queda re bien?”. Mi mente y su capacidad de crear cosas en microsegundos se las imaginó ni bien salgo del local cagándose de risa de la morsa en bikini, no dios, tengo que cerrar la cortina antes que venga la cornuda y un ser más de este mundo me vea así. Me visto y la hija de puta tiene el descaro de preguntarme con qué pagaba, si tarjeta o efectivo. Esto es mi infierno. No amiga, no. Salgo del local, odiando a la mina, al local, a la ropa, al novio de la cornuda, a la sociedad y a la anoréxica del 29.

Mientras miraba a la gente que me rodeaba en el shopping, me acordé de mi amiga Gise que habló en su tesis sobre los cuerpos de las mujeres y sobre cómo la ropa nos hace sentirnos mal porque los talles son mínimos. Me acordé de cuando acompañé a mis amigas que son un palito de helado a comprarse un jean y ninguno les entró. Me acordé de la desilusión de que no me entre ese vestido, ese jean y esa musculosa. Me acordé y sentí lo injusto que era todo, pero al menos era compartido y algún día nos vamos a revolucionar y prender fuego todo. Creyéndome que con esa reflexión podía dejar atrás el accidente de la bikini y empezando a armar este texto en mi cabeza,  caminé dos cuadras, miré por la vidriera y ví exactamente lo que me hacía falta en ese momento, sonreí, me acerqué a la vendedora y le dije “Un cuarto de helado todo de chocolate con almendras, por favor”.