domingo, 30 de noviembre de 2014

último llamado



Irse a vivir sola te hace creer que te vas a comer el mundo en cucharita. Al menos a mí, que con 19 años recién cumplidos le dije a mamá y papá: “Me rajo pa Capital”. Y así, dejé atrás la carrera de turismo, la gente bahiense, la comida de mami, la contención de la abuela. Y de un día para otro irrumpí en el departamento donde mi hermana vivía sola hace seis años, le dije “Llegué, haceme lugarcito” y se la tuvo que bancar. Lo mismo le dije a la ciudad.
Lo que nadie te avisa es que, si estas acostumbrada a vivir en una ciudad diez veces más chica, jamás te tomaste un colectivo en tu vida y cuando salís a bailar conoces a todos, Capital no te da la bienvenida que tanto imaginaste en tu cabeza noctámbula desde el momento en que decidiste convertirla en tu hogar.
Si, Bahía Blanca es una ciudad grande. Sí, queda en la provincia de Buenos Aires. No, no hay caballos y usamos carreta para transportarnos. Y sí gente, hay taxis. Pero también les tengo que reconocer que me sentí de otro planeta. Me encontré entrando a panaderías y pidiendo un sanguichitos sabor “primavera” y, ante la cara de poker de la Sra. Panadera la quinta vez que lo pedí, concluí que ese sanguichito no existía. Me vi diciéndole a mis amigas que llevaba masitas para el mate y, cuando llegué, me miraron desilusionadas porque esperaban altas masas de confitería y yo caí con un paquete de surtido marca Carrefour. Me avergoncé parando al subte con el brazo, me caí en el colectivo arriba de una viejita más de una vez, pregunté cuánto salía el Tarjebus en un kiosco (léase el equivalente SUBE en las Little citys) y me escuché decir la palabra “chuflo” para referirme a la colita para el pelo.
Y es que todo es una transición. Nadie te avisa y nadie te advierte. Nadie te da un manual contándote que acá a la hamburguesa se le dice Paty, por la marca. O que hay días que los auriculares van a ser tu religión porque el ruido de la ciudad te va a sofocar, te va a ahogar. Nadie te cuenta que la gente no pide perdón, ni te dice gracias. Ni se sorprende cuando vos lo haces. Ninguna persona te previene sobre la mujer que está desnuda en el cajero de Pueyrredón y Córdoba, ni mucho menos sobre la posibilidad diaria de quedarse estancado en un subte comprimida trecientas personas. Tampoco sobre la necesidad de tener botas de lluvia y paraguas. Y sobre la línea 29, que pasa siempre o no pasa nunca.
Y es que la lista de pesos diarios y sacrificios, miedos, que requiere alejarte de todo a lo que estás acostumbrada desde que naciste aumenta cada año cuando te mudas a una ciudad que, literalmente, es la furia, pero hay otra mucho más larga y sólida que pude armar. Que me sostuvo estos cinco años acá. Que me hace enamorar de los edificios, de la ausencia de espacios verdes, de los tiempos compulsivos. Me puedo sentar a leer sola en un bar, puedo cantar por la calle en voz alta y nadie me va a mirar. Puedo encontrar cualquier libro de cualquier edición con tan solo llegar a la Av. Corrientes. Puedo sentarme en una plaza para olvidar. Puedo darme cuenta que mi pelo ya no tiene frizz, que tanto él como yo nos acostumbramos al clima con que nos recibió. Puedo estar muy feliz cuando corre viento. Puedo empezar a apreciar las buenas comidas. Puedo dejar el egoísmo atrás porque la ciudad me gana en forra por goleada. Puedo conocer gente nueva absolutamente todos los días. Pude crecer, pude creer, pude tratar y lo pude lograr.
Me atrevo a hacer lo impensable, le cambio las palabras a Cerati y les aseguro: encontrar mi hogar en este caos porteño es VIRTUD.

viernes, 21 de noviembre de 2014

que no haya nada



Un sinsentido interminable. Intentar mantenerme de pie resulta un acto imposible. Las cosas dan vueltas y el corazón salta, palpito adrenalina.

Si hacia frio, no lo sentí. Si hacía calor, tampoco.

Era como estar en un trance de muerte, porque si miraba a mis costados no había nada. Solo imágenes, recuerdos. Sin puerta de salida ni ventanas con luz. Nunca quise escapar tanto de mí misma.

Las palabras salían de tu boca, intentaba detenerlas pero no podía. Y pensaba alternativas para detener este vomito verbal y era luchar contra todos mis miedos, recorrer todas mis dudas. Escuchar en voz alta todo aquello que nunca pedí enterarme era volverlo real.

¿Y para qué intentar cerrar los ojos? Si mi mundo se volvía una calesita. Otra vez esos recuerdos que intentaba bloquear todo el tiempo. Querías ser libre, y yo no. Te ví volar.

Y surgió la nostalgia, como si estuvieran desesperada por salir de una jaula, enterrada por años. Reprimida. El aroma que me dejaste en un cajón, el tacto, vos, vos y yo: nuestro tiempo. Que resultó ser solo tuyo.

Y deseé con todas mis fuerzas ir al pasado.

Ir al reencuentro. Conmigo misma. Con lo que era antes de ser nosotros.

Y esta vez, finalmente, pude volver a encontrarme. Otra vez, me ví.