domingo, 21 de febrero de 2016

La especialidad de la casa es mentir



El sonido de mi whatsapp cuando suena es como una puerta. Toc! Toc! me dice mi Samsung y yo me desespero. No logro contar hasta diez antes de abrir sus mensajes, te juro. Y a cada uno de ellos los leo, primero rápido, y releo lento y disfrutándolos como si fueran únicos, como si no hubiera dos como él. Los agendo en mi mente y también en las capturas de pantalla de mi celular. Porque con él era así todo el día todos los días: siempre, siempre era desesperación. Siempre era locura. Siempre eran sentimientos intensos. Siempre había ganas de escribirnos, de necesitar saber del otro. Con Facundo no había vueltas: lo que él quería de mi lo obtenía y esa era mi debilidad que me hacía sentir, irónicamente, muy fuerte.


Si me preguntan cómo lo conocí resta importancia. Me gusta Iván Noble. Lo ví en un Twitter de Iván Noble. “La especialidad de la casa es mentir” cantaba su twit en mi cabeza y retumbaba. Su foto se veía chiquita en la pantalla de mi Ipod. Era rubio, estaba de perfil, mirando para abajo. Era hermoso, clásico, casi aburría su perfección. Bordeba una línea muy fina entre lo que sí y lo que no. Lo empecé a seguir, porque se ve que me gusta encontrar problemas sola. Siempre fue mi rasgo característico. 
Si me preguntas hoy, después de casi cinco meses de haber conocido a la persona con la que deseo casarme, reírme, enamorarme, formar mi familia y estar toda mi vida con él te digo: sí, estoy arrepentida. Una vez hice una lista de los peores sentimiento, y en el puesto número uno estaba el arrepentimiento. En serio, ¿Puede haber algo peor? Es un peso que te dura más tiempo del que debería y que te hace caminar por la calle y parar y sacudir la cabeza para tratar de eliminarlo. Te persigue y no te deja dormir. Y eso me causa él todos los días, realmente no se lo deseo a nadie.


Como dije, tanta cosa linda me hizo detenerme y empezar a mirar todos sus escritos. Cuando quiero, puedo ser una obsesiva digna de tratamiento. Eso es el temita que tiene pertenecer a esta generación 2.0, vemos como posible entrar al mundo de otra persona sin conocerlo. Y no es apto para cualquiera, mucho menos para mí. Obsesión 2.0.

Era divertido, le gustaba leer, mencionaba mucho a Cortázar y Benedetti y la música que escuchaba me hacía sonreír y soñar un poquito. Sus twits me hacían reír sin conocerlo. Es decir, ya era feliz a su lado sin haber tenido una sola conversación. Me encontré pasando horas enteras viendo palabritas en 140  caracteres de hacía varios meses atrás, descubriendo a sus amigos, a su familia y a su novia Cynthia. Su novia, sí, un ser que aprendí a odiar desde el minuto cero, desde esa primera stalkeada profunda a su planeta del que automáticamente me sentí parte. Click en información, ciudad: San Juan. Lejos. Lo busco en Facebook, grave error, sus fotos en grandes eran aún más lindas. No entendía cómo alguien tan hermoso podía ser tan divertido e inteligente, no encajaba, me molestaba en el estómago. Y me desesperaba. Decidí olvidar sin siquiera haberlo intentado, muy complicado para mí, imposible. 


Me gustaba que él twitteara por las noches como yo, que encontrar creatividad en sus palabras para resumir cosas hermosas. Empecé a marcarle favoritos a sus twits nocturnos como recordándole que una desconocida estaba ahí, entendiéndolo, acompañándolo, quería hacerme notar, estaba encaprichada con esa sonrisa, sin importar en qué punto del país se encontrara. Y ahora que lo paso en limpio me doy cuenta que toda nuestra relación se basó en eso: en saber que yo estaba ahí y en su sonrisa como motor que daba cuerda a mis ilusiones. Y una noche, cerca de las tres de la mañana, le marqué como favorito un “Qué aburrido estoy” y me acosté a dormir. No pude, no pude, recuerdo haber dado vueltas en la cama y sentirme molesta. Me incomodo, maquino. Entro a twitter de mi celular y ahí estaba su primer mensaje privado: “Nocturna la chica, eh?” Y ese fue el principio del fin de mi salud mental.

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